Franklin Mieses Burgos fue un poeta dominicano considerado como uno de los mejores y más influyentes poetas del país.
Franklin Mieses Burgos nació en Santo Domingo el 4 de diciembre de 1907 y murió en esta misma ciudad el 11 de diciembre de 1976.
Canción del sembrador de voces
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a mi boca,
cuyo origen ignoro.
Algunas veces pienso que es otro quien las pone
sobre mis propios labios para que yo las diga.
Y yo las digo; pero, tan displicentemente,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
La multitud que pasa me mira y se sonríe
y yo también sonrío; pero sé lo que piensa.
En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo
con esas simples voces salidas de mis labios,
la estatua de mí mismo sobre el tiempo.
Esta Canción Estaba Tirada por el Suelo
Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Yo entonces ignoraba que también las canciones,
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabia que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía
esta canción que estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden al ojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,
en las ojeras largas que circundan la noche,
las diluidas sombras de los pájaros.
El rio
Con su húmeda espada reluciente
(caballero de niebla y de rocío)
camino que camina, pasa el río,
solitario, desnudo y transparente.
Desde su pie descalzo hasta su frente,
como clavada hoja en el vacío,
sube a su piel un hondo escalofrío
de misterioso hielo permanente.
En torno de la luz que le enajena
(desolada, metálica, de cobre)
hay una voz oculta que resuena.
Por esta voz que eterna le reclama
hacia la inmensa soledad salobre
¡su corazón de agua se derrama!