El cuadro: El diablo presentando a San Agustín el libro de los vicios

Hay mucho que asimilar al ver esta pintura. Primero, "El diablo entregando a San Agustín el libro de los vicios" no es el título real de la pintura. Es un título descriptivo que se suele utilizar para identificarlo, pero el título original es simplemente "Panel con San Agustín y el Diablo".

La pintura es un óleo sobre tabla de madera, creada en algún momento entre 1455 y 1498. Originalmente era parte de un retablo, Retablo de los Padres de la Iglesia, del monasterio de Neustift cerca de Brixen, en Tirol del Sur, Italia. Sin embargo, ahora se encuentra en la Alte Pinakothek de Munich, Alemania.

Las figuras centrales son San Agustín, un venerado teólogo cristiano, y el Diablo. San Agustín está sentado con túnica de obispo, luciendo pensativo y ligeramente aprensivo. El Diablo, una figura grotesca con cuernos, garras y alas de murciélago, le presenta alegremente un gran libro titulado "Libro de los vicios".

Michael Pacher (c. 1435 – 1498) fue una figura fundamental en el mundo del arte de finales del siglo XV. Nacido en la región del Tirol (ahora parte de Italia y Austria), se convirtió en un renombrado pintor, escultor y tallador de madera, dejando tras de sí un legado de obras increíblemente complejas y expresivas.

Entre las obras más famosas de Pacher se encuentran:

  • El Retablo de San Wolfgang (1471-1481): este monumental retablo tallado y pintado, considerado su obra maestra, representa escenas de la vida de Cristo y San Wolfgang. Es una impresionante muestra del virtuosismo técnico y la capacidad narrativa de Pacher.
  • Panel con San Agustín y el diablo (c. 1460): esta cautivadora pintura muestra la combinación única de humor y alegoría religiosa de Pacher. El Diablo, una figura cómica pero grotesca, tienta a San Agustín con el Libro de los Vicios, mientras que un rostro oculto en el trasero del Diablo añade una capa de intriga inquietante.

La historia detrás de la pintura

La escena representa un momento de las Confesiones de San Agustín, donde relata su encuentro con un demonio que llevaba un libro que contiene los pecados de toda la humanidad. Agustín pide ver el libro y, para su alivio, descubre que sólo tiene registrado un pecado: olvidarse de decir las oraciones nocturnas. Inmediatamente corre a la iglesia para rectificar esto, demostrando el poder del arrepentimiento y la fe.

Simbolismo e interpretación

La pintura es rica en simbolismo. El libro representa la tentación y el pecado, mientras que el contraste entre la conducta tranquila de San Agustín y el júbilo del Diablo resalta la lucha constante entre el bien y el mal. La pintura también sirve como recordatorio de la importancia del arrepentimiento y el poder de la fe para vencer el pecado.

El estilo de Pacher es característico del período gótico tardío, con su énfasis en los detalles, figuras expresivas y colores vivos. El humor y la teatralidad de la pintura son únicos para su época, lo que la convierte en una obra destacada de arte religioso que continúa estudiándose. e interpretado por los historiadores del arte y los teólogos de hoy.

Las dos caras del diablo de Pacher

El Diablo, en el "Panel con San Agustín y el Diablo" de Michael Pacher, es un bufón grotesco, un pregonero de pecado en carnaval. Cuernos como pretzels retorcidos coronan su cabeza, sus alas de murciélago se despliegan como invitaciones macabras y una sonrisa, amplia y con dientes, le divide el rostro. Pero no es sólo el frente de este demonio lo que congela a los espectadores. Es lo que se esconde en su trasero, una segunda cara más pequeña, que mira hacia afuera con una mirada traviesa y cómplice.

La conmoción de este rostro oculto es visceral. Doblamos la esquina del lienzo, esperando sólo la cola puntiaguda del Diablo, y nos enfrentamos a este eco, este reflejo burlón de su propia depravación. Es un puñetazo visual en el estómago, un recordatorio de que el mal no es sólo una actuación, no sólo un disfraz que debe ponerse y desecharse. Es profundo, incrustado en el tejido mismo del ser.

Esta segunda cara lo dice todo, un coro silencioso de las bulliciosas burlas del Diablo. Susurra sobre secretos compartidos en las sombras, sobre pecados que se pudren en los rincones oscuros del alma. Es un recordatorio de que el Diablo no es sólo un tentador externo, sino una parte de todos nosotros, una sombra que nunca podremos superar por completo.

Y así, el shock da paso a la contemplación. Miramos hacia el abismo detrás del diablo y, al hacerlo, nos vemos obligados a enfrentar el abismo dentro de nosotros mismos. La obra maestra de Pacher no es sólo una escena de la vida de un santo; es un espejo frente a la humanidad, un recordatorio de que la batalla entre el bien y el mal no se libra en grandes campos de batalla, sino en los rincones ocultos de nuestros propios corazones.

La conmoción, entonces, no es sólo una sorpresa fugaz, sino un catalizador para la introspección, una sacudida que nos despierta a las complejidades de la moralidad y la danza siempre presente entre la luz y la oscuridad interior. Es una conmoción que perdura, un recordatorio de que el rostro del Diablo en la parte trasera no es sólo un detalle oculto, sino un símbolo de la lucha siempre presente que todos libramos contra nuestros propios demonios.